lunes, 8 de junio de 2009

LEYENDAS URBANAS 2

La calabaza rota



En aquellos tiempos, cuando el mundo era joven y estaba poblado por los antiguos dioses, existió Yaya, que era el origen de la vida, el creador.

Yaya vivía con su esposa y su hijo Yayael, que era obedien¬te y hacía todo lo que se le pedía. Pero a medida que fue cre¬ciendo, aprendió a pensar por sí mismo, y a menudo no esta¬ba de acuerdo con lo que su padre, el gran espíritu, le decía. Se convirtió en un insolente que sólo quería hacer su voluntad y le faltaba al respeto a su padre. Yaya acabó por enfurecerse (...)
-Márchate de casa inmediatamente y no regreses hasta que pasen cuatro lunas -le ordenó, afligido.

Al cabo de cuatro meses de haber partido, Yayael regresó a su hogar. Pero la furia de Yaya no se había aplacado en este tiempo y, en un estallido de ira, mató al turbulento joven. Arrepentido y lleno de remordimientos, recogió los huesos de su hijo y los metió dentro de una calabaza hueca que colgó del techo de su cabaña.

Un tiempo después, Yaya tuvo tantos deseos de ver de nue¬vo a su hijo que descolgó la calabaza en presencia de su esposa. Pero los huesos habían desaparecido y, en su lugar, había mu¬chos peces multicolores de todos los tamaños. Les parecieron tan apetitosos y abundantes que decidieron comérselos. Pero no se acababan nunca: cuantos más comían, más aparecían.

Cierta vez, cerca de la cabaña de Yaya, se oyó un alarido que irrumpió en la serenidad de la noche. El alarido fue se¬guido de otros tres. Itiba Cahubaba, la Madre Tierra, acababa de parir cuatro criaturas, cuatro gemelos sagrados.
El primero era de piel muy áspera, al que ella llamó Demi¬nán Caracaracol. Era un niño curioso y temerario, al que sus hermanos emulaban y seguían a todas partes.

Deminán había oído hablar desde muy pequeño del miste¬rioso Yaya, y a menudo había deseado conocer mejor el pode¬roso espíritu. En cierta ocasión siguió a Yaya cuando abando¬naba la cabaña y se dirigía al huerto donde cultivaba maíz y yuca. Deminán se percató de que repetía cada día esa visita matutina. Así qué una mañana muy temprano, en cuanto Yaya se fue a trabajar, Deminán Caracaracol condujo a sus hermanos a la cabaña, en la que descubrieron, colgada del techo, la calabaza mágica.

Al bajarla vieron que nadaban en ella peces de todas for¬mas, tamaños y colores. A verlos tan deliciosos, no pudieron resistir la tentación y se los comieron. Estaban terminando de zampárselos cuando Deminán presintió que Yaya se acercaba. Temiendo su ira, los gemelos intentaron colocar la calabaza en su lugar; pero se les cayó y se hizo añicos.

Un inmenso manantial de agua brotó de la calabaza rota y cubrió la Tierra de ríos y lagos, de océanos y mares. En el agua dulce y en el agua salada nadaban peces de muy diferentes ta¬maños y colores; peces multicolores, como el arco iris. Y así fue como de los huesos de Yayael nació el mar.


Éste es un mito taíno, que ha pervivido en islas del Caribe.

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